El corazón del borrico
El corazón del borrico Rossana Guarnieri. Cuentos y leyendas cristianos. Cuento de Navidad perteneciente al Proyecto Cuentos para Crecer.
La tarde en que apareció en el cielo la
estrella que indicaba el camino para encontrar y adorar al futuro Rey
del mundo recién nacido, el pastor Amhed yacía enfermo en su cabaña, sin
poder moverse con fiebre alta.
Entonces
llamó a su hijo Alí y le dijo:
—Irás tú a adorar al Niño, siguiendo esa estrella. Llévale de regalo un saquito de dátiles. Alí se preocupó.
—Irás tú a adorar al Niño, siguiendo esa estrella. Llévale de regalo un saquito de dátiles. Alí se preocupó.
— ¿Y si el camino es muy largo? Yo soy todavía pequeño y no muy fuerte, padre.
—Coge el borrico Barai, él te llevará.
Tampoco Barai era fuerte, tenía ya
muchos años en la grupa, estaba tan delgado que las costillas se le
marcaban en la piel, el pelo era áspero y escaso, los ojos nublados.
Pero mejor eso que nada… Alí subió al borrico y partió.
Pasaron horas y horas de lento viaje
antes de llegar a una cabaña sobre cuyo tejado se había detenido la
estrella, y ya era noche cerrada. Alí vio a un niño recién nacido que
dormía sobre la paja. Un hombre y una mujer de rostro dulcísimo dormían
junto a él. Cerca del Niño alentaban un buey y un asno.
Pensó que no era cuestión de despertarlos, bajó de la grupa de Barai, se recostó contra una pared de la cabaña y se durmió él también. Barai, por su parte, estaba bien despierto, porque cuando se es viejo se duerme poco. Muerto de cansancio, pero despierto. Y de repente vio que el asno junto al Niño había abierto los ojos.
—Eh —exclamó bajito—. ¿Cómo estás? Has tenido un gran honor, ¿no es verdad?
—Sí, así es —respondió el otro—. Pero,
ya ves, a fuerza de estar parado y agachado, me duelen las patas, estoy
todo dolorido, daría cualquier cosa por moverme un poco, pero no puedo
dejar mi puesto porque con mi aliento, junto al buey, caliento al Niño.
—Ve a dar una vuelta que yo te sustituiré —sugirió Barai.
El asno no se hizo de rogar, se levantó
despacito y Barai ocupó su puesto. Estaba orgulloso de veras por estar
junto al Niño, de calentarlo como podía, y a pesar del cansancio y de lo
incómodo de la postura, consiguió seguir despierto. Entretanto, sobre
aquella mísera cabaña, alta en el cielo, seguía brillando la estrella.
Al cabo de un rato volvió el asno.
—Me siento mucho mejor. Gracias, amigo, has sido muy bueno.
—Oh, no es nada, lo he hecho con gusto,
de corazón. Los dos volvieron a cambiarse el puesto, Barai se acurrucó
junto a Alí dormido y al fin se durmió también.
Llegó el amanecer. Se despertó el Niño.
Se despertaron su papá y su mamá, el buey y el asno. También despertó
Alí, adoró al Niño y le ofreció el saquito de dátiles que había traído
de casa. Luego despertó a Barai que dormía aún junto a él para
reemprender el camino a casa y de repente abrió unos ojos como platos.
¿Era «su» borrico aquel que se estaba
levantando con un pequeño rebuzno? El pelo de Barai se había vuelto
apretado y reluciente, la mirada viva, las costillas ya no sobresalían,
parecía rejuvenecido muchos años.
Alí subió a su grupa, cada vez más
maravillado, ansioso por contar lo sucedido a sus padres. Entretanto
iban llegando otros pastores, campesinos, gente de los alrededores,
todos con regalos, todos deseosos de adorar al Rey del mundo.
El Niño dijo adiós con la manita a Alí y
su papá y su mamá le sonrieron. Y él, aunque no acertaba a comprender
tantas cosas, por ejemplo, por qué su borrico había cambiado tanto, se
sentía muy, muy feliz.
Fin
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